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Los portalones de la entrada tienen columnas con capiteles esculpidos


Llamemos destrucción a esa resistencia a proscribir el conflicto. Traigamos el conflicto al primer plano. Eliminemos la violencia pero mantengamos el conflicto. Prescindamos del fuego pero no de las columnas de humo invadiendo el horizonte. Sólo quien posee sabiduría es capaz de reconocer lo que tiene valor, de advertir su significado, así que destruyamos el conocimiento, el significado, para poder continuar avanzando. Quememos sus monumentos.










De esa declaración de extrañeza ya Nicholas Ray hizo su lema: yo aquí soy un extraño. Ningún estímulo me inclina a conocer este sitio, a averiguar su forma, a seguir sus cambios. No quiero saber nada de esta ciudad, ni para tener argumentos de crítica. No quiero ni enterarmede que estoy aquí.
Tríptico de Barcelona. Josep Quetglas. Escritos colegiales. Actar.


Blanka Vlasic . Reuters - 22/09/2007

Unos pocos metros separan al atleta del listón. Buscando concentración agita los brazos, simula el inicio de la carrera, a la espera del ritmo adecuado de respiración. De repente se pone en marcha. Largas zancadas. Un giro rápido ante la colchoneta. Un último impulso de espaldas exprimiendo toda la fuerza de sus riñones. Se abalanza por fin sobre él intentando superarlo. El listón cae.

¿Es posible anhelar el poder destructivo de la naturaleza? Cualquiera que pasee de la mano de un responsable de Patrimonio inspeccionando los daños irreparables producidos por un terremoto en un edificio catalogado escuchará sus lamentos. El edificio estaba en pie. Nadie se atrevería a tocarlo. Pero la naturaleza lo ha destruido. Hoy ante lo que posee valor sólo es posible una respuesta: reconstruir, recomponer, remendar, conservar. Nadie pondría en duda eso. Pero la naturaleza lo ha hecho. No se puede hacer razonar a lo que carece de razón, gime mientras agita la cabeza. Nadie pondría en duda el discurso del responsable de Patrimonio y, sin embargo, ¿y si quien tuviese razón fuese la naturaleza? ¿Y si el mejor favor que pudiésemos hacerle a un edificio, a cualquier edificio, incluso a los más relevantes, fuese reducirlos a escombros?


Conventos e iglesias ardiendo durante la Semana Trágica. Fotografía tomada desde Montjuïc.

Si alguien piensa así quizás se sienta reconfortado -como yo- ante una imagen que me ha acompañado -al menos en espíritu- durante años, más de dos décadas ahora. Que a nadie le moleste que se la robe a otros. Es la ciudad de Barcelona. A vista de pájaro. Largas hileras de humo se dibujan en el horizonte. Son conventos ardiendo. ¿Es posible que sólo en las imágenes podamos encontrar compañía, que sólo ellas sean capaces de concentrar todos nuestros anhelos? Yo la había asociado con la Guerra Civil pero ahora descubro que corresponde a la Semana Trágica. Las certezas son así, siempre están teñidas por los engaños de la memoria -por mucho que pretendan lo contrario los que viven de ella es así de mentirosa-. Conventos ardiendo... Hoy que por fin hemos comprendido que la violencia no conduce a nada sólo podemos mirarlas con tristeza. Pero, ¿no nos sucede lo mismo que con los terremotos? ¿No nos invade una profunda melancolía al recordar las hordas revolucionarias impulsadas por su afán de destrucción? La convención ardiendo, destruida... Los hilos de humo están ahí, confinados en el pasado, irreproducibles en el presente. Pero, ¿no poseían aquellos hombres algo que hoy hemos perdido? ¿No nos gustaría gritar, aléjenme del hombre razonable, devuélvanme con el primario, con el salvaje?


Hay una actividad, una sola -la arquitectura- en la cual el progreso no es de rigor, donde reina la pereza, donde sólo se tiene en cuenta el pasado.
Por todas partes la inquietud acosa y conduce a una solución; si no se avanza se fracasa. Pero en la arquitectura uno no fracasa jamás.¡Oficio privilegiado!

Le Corbusier . Hacia una arquitectura. Poseidón.



Canino (2009). Giorgos Lanthimos

Hoy que todos condenan la voluntad regeneradora, el ansia destructiva moderna, ¿sería posible sicoanalizar al hombre común, que busca valores inquebrantables en los que sentirse seguro, desde la misma perspectiva que al responsable de Patrimonio?
No es extraño que ese tipo de hombre encuentre algo sospechoso en destruir todo lo que le rodea, en tomarse luego la molestia de levantarlo según otro punto de vista. ¿Para qué? El conflicto representa todo aquello de lo que desea mantenerse alejado. Si ha alcanzado una posición acomodada desearía, y es probablemente una ambición legítima, que todo se mantuviese tal como está, equilibrado. Un entorno perfecto para él y para quienes están a su cargo, desprovisto de degradación. La enfermedad, lo sucio, la destrucción, la muerte, excluidos -coincide curiosamente en eso con el hombre moderno(1)-. Un mundo gobernado por la sonrisa, la educación, las buenas maneras, con que las que, al menos aparentemente, lo hace todo. Daría su vida por lograr construir ese espacio. Si el responsable de patrimonio encuentra su parnaso en la memoria, el instante petrificado en que lo real, lo que le rodea, aparece incorrupto, desprovisto de toda impureza, el hombre común, establecido, lo halla en lo carente de aristas, en lo feliz, en lo puro, lo que permite un perfecto desarrollo tanto para él como para quienes están a su cuidado. Así no es difícil imaginar cuál es su ciudad predilecta. Aquella en la que lo estridente, lo ambiguo, lo incontrolado ha sido eliminado. No la contundente, la ambiciosa, la desmesurada pero utópica. Sino la sencilla, la desprovista de irregularidades. Aquella en la que todo está en relación, ordenada, jerárquicamente y al servicio de su principal morador, el hombre. Una ciudad eminentemente social.

Giorgos Lanthimos en Canino hizo un retrato paródico de ese hombre, que a fuerza de llevar al extremo sus ideas, se convierte en el opuesto de su ideal -eso que ahora le ha dado a todo el mundo por calificar como distópico-. En Canino se retrata a una familia cuyos progenitores se esfuerzan en construir un entorno aséptico perfecto que permita a sus miembros desarrollarse plenamente. Sin contaminación alguna. Sin ambigüedades. Sin cortocircuitos. Sin mezclas. Un lugar en que los contactos con el exterior se eliminan. Donde las palabras conflictivas desaparecen, o al menos se maquillan, sustituidos sus significados por otros nuevos, caprichosos, generadores de un curioso, fabuloso, envidiable vocabulario elaborado ex profeso, surgido no de la convención sino de la conveniencia. Donde las distracciones se planifican como planes quinquenales. Donde lo aleatorio, lo imprevisible, ha sido eliminado. Al final el resultado de semejante construcción es una escenario enrarecido, en el que los conflictos de poder son continuos, en el que el sexo dentro del grupo familiar se vuelve habitual, en el que el dolor, el disfrute masoquista, fuera de todo control, se transforma en la principal actividad, la única forma de libertad. Única alternativa para experimentar lo auténtico donde todo es fingido. La violencia como único mecanismo para liberarse donde todo es falso. En ese escenario lo que está fuera, lo desconocido, paradójicamente, adquiere una categoría mítica, misterioso, aterrador pero a la vez atractivo, inquietantemente seductor.


Barcelona futura. El verdadero destino de la casa del Sr. Milà y Pi. Viñeta de 1912

Durante la obra le pregunté a Alejandro sobre el sistema de medidas de las puertas... A partir de dos cuadrados de un metro por un metro -me dijo- dispuestos en vertical, incrementé un poco la dimensión horizontal (un metro y algunos centímetros) y reduje algo la vertical (un metro y noventa y pico centímetros)... Paredes que bailan sin zócalo y puertas bajas y anchas que se deslizan arbitrariamente sobre las paredes... Nada que ver con el orden y la composición (2). Palabras robadas de nuevo, ahora a Llinàs, y que hablan de imperfección. Mejor aún, de imperfecciones.
La compulsión por la limpieza del hombre acomodado, otra vez legítima en apariencia, resulta, ante esa declaración, incluso sin el toque paródico de Lanthimos, bastante expresiva, una nueva prueba de su necesidad de borrar todo conflicto. Todo a su alrededor impoluto. Sin polvo, sin suciedad. Todo blanco, con su mejor cara, como si fuese nuevo, eternamente. Todo sin embargo reducido a eso, una cara, una apariencia, una superficie.
Al final el monumento es el destino lógico para ese hombre que ha rechazado el conflicto. Tanto el uno como el otro siempre a un paso de la mentira, de, como en Canino, sustituir lo valioso por lo que ocupa simplemente su lugar. La importancia de las cosas descansando no en lo que son sino en cómo aparecen. El monumento, lo que ha de ser conservado, que también excluye lo enfermo, lo sucio, lo impuro, lo corrupto, que retiene sólo lo elevado, lo valioso. El hombre común acude a él satisfecho de hallarse representado -que pueda ser reemplazado por la cámara con que lo inmortaliza, su necesidad de retener, de conservar ese momento, delata su flaqueza. La cámara de fotos lo simboliza. Y corre el peligro de sustituirlo. No es importante ver, disfrutar, sino atrapar el instante de ese encuentro, de ese disfrute. En su urgencia de entrar en contacto con lo elevado siempre en peligro de conservar el pedestal pero olvidar lo representado. Al fin y al cabo los que un día parodian La Pedrera, dibujando zepelines que entran por sus ventanas, son los mismos que al siguiente no soportarían que se profanase un sólo centímetro de su superficie. Pasan los años, los individuos son diferentes, hoy los nietos de los que un día fueron nietos, pero se trata de la misma persona-.
Si Canino fue recibida con severas reservas por parte de la crítica más inteligente por ser una parodia de lo patológico, el hombre común corre el peligro en su admiración de convertirse en una parodia de una parodia. Incapaz de reconocer el valor del monumento, sólo el instante de su encuentro con él. Si al final resulta que el monumento pierde su valor, que su verdad se descubre como falsa, él seguirá ahí, reclamando su importancia, negándose a admitir una desvalorización que también le señala. A permitir cualquier alteración que impida su reencuentro. Un fenómeno perverso en el que el valor es sustituido por las veces que ha sido proclamado. Nada más. Aunque esa admiración esté fundada en una necesidad. El valor de una verdad igual a su número de sus admiradores. A la costumbre.


Albert Puntí Culla . Barcelona Apocalíptica . Casa Milà

Hay que decir que el hombre común tiene también una manera de acercarse a lo degradado. La de la compasión, la de la caridad. Un mecanismo que le permite sentirse útil, importante, mientras ofrece su ayuda al desvalido. El desprecio y la conmiseración son sus dos formas de relacionarse con lo degradado, justo las dos formas que el paria tiende a rechazar, las que le sitúan en una posición de inferioridad


Llamemos destrucción a esa resistencia a proscribir el conflicto. Traigamos el conflicto al primer plano. Eliminemos la violencia pero mantengamos el conflicto. Prescindamos del fuego pero no de las columnas de humo invadiendo el horizonte. Sólo quien posee sabiduría es capaz de reconocer lo que tiene valor, de advertir su significado, así que destruyamos el conocimiento, el significado, para poder continuar avanzando. Quememos sus monumentos. ¿Habrá llegado el momento de juzgar las cosas no desde un punto cualitativo sino cuantitativo? Aceptar las verdades cuando las proclaman diez, cien, mil personas, nunca cuando lo hacen diez mil, cien mil, un millón. ¿Será posible que la verdad pueda aparecer cuando hablamos sólo por nosotros pero nunca, ya nunca, cuando lo hacemos en nombre de otros? ¿Es la mentira quizás la forma de expresión de la colectividad? ¿No es quizás la imagen de las casas en descomposición nuestro único consuelo? Lo bello, lo valioso, lo intocable reducido a cenizas. Dadnos un hombre común, sensato, con su vida feliz, con su familia feliz, con sus metas abarcables. Sentado en la puerta de su casa. ¿No es el mejor favor que podemos hacerle reducirla a cenizas? Que tenga que defender sus bonitas ideas desde la intemperie. Sólo entonces sabremos hasta qué punto está apegado a ellas, sin nada a que asirse. Matemos lo social.


Mies van der Rohe en una foto para Life


Por supuesto conservaríamos los edificios de mérito o con valor sentimental -Nanterre, un hermoso Palacio de Justicia, un parque, una estación- y por supuesto conservaríamos el Grande Arche, el CNIT y la torre Fiat como una especie de Acrópolis del siglo XX.
OMA Rem Koolhaas and Bruce Mae. S,M,L,XL . Monacelli Press

Antonia De Angelis, Valentina Andriulli. Rome City Vision

Volviendo a las imágenes robadas, dos hombres descansan aparentemente ociosos junto a sus bicicletas. Es el solar en que se alzará un día la casa Schröder de Rietveld. Ahí debería aparecer una significativa obra de arquitectura pero no hay nada. Sólo la hierba. La medianera. Sin otro fin que ser ocultada en alguna hora feliz por un nuevo edificio. Y sin embargo con su exultante materialidad, anodinos ladrillos cada uno con sus peculiares imperfecciones, con sus formas diversas de reflejar la luz... Nos encontramos en el escenario de un crimen, donde debería existir ya lo que tiene valor. Y a pesar de ello, ¿por qué los dos hombres aparecen tan indiferentes, satisfechos?


Prins Hendriklaan, Utrecht, en 1924, antes de construirse la casa Schröder

Una vez que el monumento aparece la única dirección posible es hacia atrás. Cualquier acto carece de sentido entonces. Sólo queda observar lo venerable, lo docto. No obstante hay algo fascinante en esa imagen. Donde no hay nada. Y ese algo es justamente la posibilidad de construir lo valioso, el instante en que aún se puede dar forma a lo que será admirado por generaciones. Una vez que la casa Schröder se haya erigido ese instante volátil, aparentemente intrascendente, desaparecerá. Si acusamos a los demás de permanecer petrificados ante lo que tiene valor, deberíamos exigirles a su vez que nos acusasen a nosotros por mantenernos petrificados ante el segundo en que aún todo es posible. Pero esa fascinación, ¿no esconde una verdad? ¿No será que ese por tomar forma es lo que nos representa? Cuando aún es posible construir algo. Cuando aún podemos esforzarnos en lograrlo. ¿Qué sucedería si redujésemos la casa Schröder a cenizas? ¿No la conservaríamos en nuestra memoria y aún tendríamos una nueva oportunidad de crear algo de valor? Ni siquiera lo mismo. Quememos los guggenheims, los partenones. Hay un mérito en conservar lo significante pero, ¿no lo habrá también en destruir no lo que carece de valor sino lo que lo tiene? Rompiendo nuestras certezas. Volviendo al solar vacío, a la vida real, a lo que existe. A la potencia. A ese instante en que los dos hombres permanecen, sus pertrechos de los que nada sabemos, junto al muro desnudo, en medio del suelo sin desbrozar, al calor del sol, la brisa del viento en sus rostros, envueltos por los ruidos y sonidos de las cosas. ¿Y si nuestra existencia fuese tanto alcanzar metas como anhelar, simplemente anhelar?
¿Por qué hemos de temer lo degradado? ¿Acaso una imperfección no desnuda una construcción mediocre, demuestra que detrás de su superficie no hay nada, pero es incapaz de negar el valor a la buena arquitectura? ¿No necesitamos destruir para darnos cuenta de lo que tiene significado y lo que no? ¿No necesitamos echar de menos lo que para nosotros es importante para comprobar si esa relevancia era real?


Sonny Liston fue mi amigo es un libro de relatos de Thom Jones -siguiendo con las traiciones de la memoria había almacenado en mi cerebro que se titulaba Sonny Liston estuvo allí pero en realidad se trata de Sonny Liston fue mi amigo-.


Cassius Clay vs Sonny Liston

El combate entre Sonny Liston y Cassius Clay, la revancha en este caso, tuvo lugar en mayo de 1965. Y Sonny Liston estuvo allí. El combate aún lo está para quien lo quiera ver. Sólo un asalto si no me equivoco -a pesar de mi simpatía por la violencia debo reconocer que el boxeo no me interesa-. Cassius con un juego de piernas tan ágil como el de sus manos, desplazándose sin descanso por el cuadrilátero. Sonny, ni una sola finta, en el centro, intentando conectar su gancho demoledor. Cassius insultantemente desafiante, con un imbatible vigor juvenil, en pleno baile, animando a Sonny a derribarle, consciente de que cuando su puño se le acerque ya habrá fintado, volviendo inútil la amenaza, ya se habrá desplazado. Lo habrá engañado. En ese juego de pantomimas, en un segundo de descuido, la guardia de Sonny baja en pleno ataque, Cassius conecta una derecha demoledora, tan rápida que apenas se ve. Sonny Liston besa la lona. El combate se ha acabado. Ha nacido un mito.
Hay otra interpretación. Sonny se supone que está en buenas relaciones con la mafia. Han pactado su derrota. Para que las apuestas dejen de ser imprevisibles. En el momento acordado, ante un impacto inocente, que apenas le roza, el golpe es tan rápido, el cuerpo de Sonny oculta de tal modo el brazo de Cassius ante la cámara, que apenas se ve, Sonny se deja caer. Espera sobre la tarima a que la cuenta casi se agote. Se pone en pie. Permite que Cassius comience a golpearlo como si estuviese grogui. El árbitro detiene la pelea y decreta un vencedor. Sonny ha perdido. Sin un rasguño. Ha nacido un mito. Y los bolsillos de ciertos tipos lo celebran. En lo que a mí respecta me valen las dos versiones. No tengo ninguna necesidad de que una u otra sea cierta. Aunque más en la primera que en la segunda Sonny Liston estuvo allí.
Las lecturas que ofrece esa presencia de Sonny Liston en el acontecimiento que encumbró a Cassius son varias. En una primera, su derrota le procuraría escaparse del mundo de cartón piedra y brillos, de compromisos y corrupciones, que inevitablemente acabarían por borrar la inocencia y fogosidad de Cassius. Le permitiría a Sonny ser él mismo, algo vedado para quien siempre estará expuesto a los focos. Una quimera a su vez para alguien que también ha sido campeón mundial. En una segunda, aun desde la lona, Sonny estuvo allí, en un acontecimiento histórico. Su ambición, su falta de conformismo, eso que lo aleja del hombre común, aun desde la derrota, le permitió estar ahí, en un momento significativo. ¿Quién más podría decirlo?
Pero quizás la lectura correcta sea la del puñetazo cristalino de Cassius Clay. Un puño poderoso que en un sólo gesto demoledor es capaz de derrumbar una mole humana, lo imbatible. Mientras que el esfuerzo de construir es siempre colectivo -y por lo tanto abierto a diferentes presencias, las de quienes tienen algo que aportar pero también las perniciosas, las que sólo buscan su provecho, las fingidas y las mentirosas- el de destrucción siempre puede ser un acto individual, alejado de compromisos y falsedades. Poco importan las intrigas, los amaños, el poder del dinero corrompiéndolo todo. Basta una mente limpia y un puñetazo contundente y todo se viene abajo. Un gesto que en su su crudeza, en su violencia, vuelve todo verdadero, lo despoja de cualquier contingencia. ¡Cómo brilla! Quizás el precio de quien se atreve a desafiar al poder venga después, con el espacio abierto para maquinar venganzas, pero en ese instante único nada puede detener el acto, el puño desatado. El poder de la destrucción.


Las ásperas palmas de mis manos estaban negras como el carbón por obra de las quemaduras de fósforo... Sin embargo debía dar las gracias a dios por haber salido sin más de esta última misión... Contemplé el humo que salía de los negros agujeros de mis manos. A pesar de la adrenalina, dolían de lo lindo, pero se trataba de la clase de dolor que uno casi agradece. ¡Dios! Estaba vivo. Pronto estaría engullendo cervezas y fumándome mis petardos.

...Mathew Billis, el mismo a quien la depresión atormentara hasta el punto de no hallarle placer ni a una buena cagada en el baño, el mismo que se había visto privado de endorfinas, aguardó la llegada del colocón de su vida. Y éste fue de los que hacen época...

El amor existía en él y en todas las cosas, pues todas las cosas encontraban por fin su unidad. Matthew había vivido la experiencia de las mujeres abandonadas en las copas de los árboles de Bangladesh. Había sufrido lo mismo que ellas, pero ¿y eso qué coño importaba ahora? Ahora todo estaba mejor que de puta madre. Súper. Supercalifragilístico. Espialidoso. ¡Ahora mismo! ¡Ahora mismito, sí, señor! Ja, ja, ja.

Los pacientes cogieron porciones de fruta y, como atraídos por un imán, volvieron junto a las ventanas...
-A ver si aparecen más estrellas fugaces. A mí me gustan cuando se quedan un rato en el aire...
-Doctor, una de esas estrellas le pertenece en exclusiva -repuso el doctor Bangladesh.
Freddy se encogió de hombros.
-Si una de las estrellas me pertenece -respondió-, seguro que se trata de la más oscura y desgraciada. Un auténtico fiasco celestial. Sin embargo, me quedo con ella y prometo no seguir quejándome.

Thom Jones. Sonny Liston fue mi amigo. Muchnik editores.

En un análisis rápido la resistencia quizás sería la cualidad que describiría mejor a los personajes de Thom Jones. Como Liston se levantan de la lona después de haber sido noqueados. -Quizás los expertos sean capaces de describir así cierto tipo de literatura americana, especialmente la breve. Un esfuerzo por encontrar sentido en la derrota, por despertarse de la pesadilla americana-. En su caso, su vida se ha hundido, no tienen nada elogiable, pero intentan hallar su rincón. El escenario de escombros ofrece eso. Quien vive rodeado de éxito aparentemente puede subsistir entre sus altas y bajas pulsiones. Todo le viene rodado. No debe preocuparse de examinarse. En plena caída sin embargo uno debe encontrar lo que verdaderamente tiene valor en su existencia para seguir adelante. Son hombres derrotados pero, ¿por qué nos caen tan bien? El escenario apocalíptico, la destrucción, aparecen así, paradójicamente, no como entornos de degradación sino de purificación.

El atleta está por fin suspendido en el aire. Como petrificado, al igual que en la imagen. De repente su rostro se contrae, asoma una mueca de pavor. Una expresión de desilusión se dibuja en él. Ha sentido el contacto del listón en su cuerpo. Ha comprendido, antes incluso de verlo, lo que nosotros ya sabemos. Que el listón va a caer. Hoy que todos nuestros jóvenes arquitectos salen con la lección bien aprendida de las escuelas, perfectamente sumisos, adoctrinados por la academia, dispuestos a respetar, a conservar, a recomponer, a combinar, me pregunto si el atleta no se equivoca. Me pregunto si lo importante es salvar el listón. Si lo importante no es precisamente derribarlo.

Rompiendo una urna de la dinastía Han, obra de Ai Weiwei de 1995

Después de perder cerca de un par de horas buscando las dos citas siguientes, en parte por carecer justo de la página en que Le Corbusier describe su Plan Voisin -¡estaban todas las demás!- llegué a la conclusión, seguramente equivocada, no es descartable que todo lo que salga de nuestros teclados sea siempre un continuo error, de que al escrito le convenía un estilo más indirecto y las sustituí por las otras dos que aparecen en él. Como luchar por ser coherente no ha sido nunca una de mis ambiciones, aquí están ambas:

Este plan se ocupa de los barrios más infectos, de las calles más estrechas; no procura "ser oportunista", ceder aquí y allá una pulgada de tierra bajo el violento impulso de las arterias congestionadas. No. Abre en el punto estratégico de París una resplandeciente red de comunicaciones. Donde calles de 7, 9 u 11 metros se cortan cada 20, 30 ó 50 metros, establece una cuadrícula de grandes arterias de 50, 80 y 120 metros de ancho que se cortan cada 350 ó 400 metros y yerguen rascacielos de plano cruciforme en el centro de los vastos islotes así creados, formando una ciudad en altura, una ciudad que ha reunido a sus células dispersas sobre el suelo y las ha dispuesto lejos de éste, en el aire y a la luz.
En adelante, en lugar de una ciudad chata y apretada... se yergue una ciudad hacia la altura, abierta al aire y la luz, resplandeciente de claridad, radiante.

Le Corbusier. La Ciudad del Futuro. Google Books.

¿Qué ocurriría si, incluso en Europa -especialmente en Europa- proclamáramos todo edificio, en la zona de estudio, con más de 25 años de antigüedad obsoleto -totalmente desprovisto de valor- o, como mínimo, potencialmente eliminable? ¿Cómo cambiaría esa nueva norma los parámetros y la interpretación del proyecto, que para nosotros resultaba inequívocamente fallido con su débil eje que supuestamente iba a proporcionar coherencia y cualidad a la zona?
Analizamos la idea desde un punto de vista estrictamente estadístico y descubrimos que si limpiábamos el lugar en intervalos de 5 años, borrando aquellos edificios que tenían más de 25, se liberaban amplias áreas de forma gradual...
El proceso de borrado podría extenderse en el tiempo de un modo subrepticio -una realidad invisible-. Podríamos borrar gradualmente áreas completas dentro de la textura del mapa.

OMA, Rem Koolhaas and Bruce Mae. S,M,L,XL . Monacelli Press




1. Es curioso ver lo que separa y une al hombre acomodado y al moderno. Los dos rechazando la degradación, lo mezclado, lo ambiguo. Cada uno intentando alcanzar su ideal desde medios distintos, el primero desde la violencia, el segundo desde la inmovilidad.

2. Josep Llinàs. El Gobierno Civil de Tarragona. Pre-Textos