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Copia, homenaje.



Nos gustaría creer que hay algo erróneo en la copia, algo dañino que la hace inadmisible siempre. Algo lesivo, corrupto, que usurpa y falsea la realidad. Y eso nos empuja a considerarla, en cierto modo como un objeto, algo que se toca, se palpa, se observa, está ante nosotros en todo momento, algo que tiene cuerpo y a lo que, por tanto, podemos dirigir nuestro odio y señalar con el dedo y considerar fallido. Un ente autónomo. Pero, basta ir a los diccionarios para comprobarlo, la copia no es un objeto sino una reproducción y no sólo una reproducción sino una reproducción literal. Y si es una reproducción es porque, otra vez los diccionarios, vuelve a hacer presente algo que antes se dijo o se alegó. Una reproducción de un original. Creemos hablar de un objeto pero lo estamos haciendo de una relación, la que se establece entre el original y la copia, entre lo que crea y lo que reproduce. De un volver a hacerse literal y por tanto no de una copia, de un objeto, sino de la relación entre esa copia y su original.

Preferiría hacerlo


Ante nosotros el objeto, la imagen, una foto cualquiera. Nuestra tarea encontrarle una explicación. Un suplemento que la vuelva relevante. Podríamos guardar silencio, pero necesitamos añadirle algo que le dé sentido, que la haga trascendente. Sin embargo por qué no dejarla tal como está. ¿Por qué no evitarle al objeto nuestras tendenciosas adiciones?
Hablamos pero, ¿por qué no callar?

coda



Llamemos límite a la envolvente. Y concedamos que si ambos términos son intercambiables es porque toda envolvente tiene un componente que atenta contra la libertad, un elemento limitador, castrador, si queremos recurrir a un lenguaje tendencioso. Porque, como en todo lo institucional, hay algo en la envolvente que tiene que ver con la protección, con la pertenencia.