Este escrito, como se verá más adelante, no tiene nada que decir sobre el monumento de Rosa Luxemburg. Sobre nazis, Bauhaus y quizás comunismo. Sobre muros de ladrillo, pilares metálicos y, puede, el humo de un cigarro. Sobre la simetría entre una estrella dorada y otra compuesta con flores. Es desde ese punto de vista una decepción. Y no lo oculta.
En una reciente obra para la galería ProjecteSD, comisariada por su marido, Dora García colocaba, en el lugar que le habían reservado, un rincón sin utilidad normalmente ocupado por un paragüero, una puerta verde de madera corriente, destinada a no conducir a ningún sitio, a permanecer cerrada. Lo notable de esa puerta era que su valor residía precisamente no en ella misma sino en lo que ocultaba, en lo que estaba detrás, fuese eso que estaba detrás el rincón que desearíamos alcanzar, quizás sólo por no estar accesible, fuesen las asociaciones que abría, unas, debo reconocerlo, evidentes para mí -”Behind The Green Door”, 1972, hermanos Mitchell- otras no tanto -“The Green Door”, 1906, O. Henry; “The Door in the Wall”, 1911, H.G. Wells; “Green Door”, 1956, Jim Lowe- algunas que entran sólo en el terreno de la conjetura -¿existe mejor imagen que una puerta que no conduce a ningún sitio para describir la situación de un director, Moritz Küng, contratado y a sueldo durante dos años para diseñar la programación de un museo que finalmente no vio la luz?-.
Sí, soy consciente, alguien puede rebatirme, si sabemos que no hay nada detrás por qué hacerse la pregunta pero en todo caso lo que nos asaltaba ante su contemplación era: ¿qué hay detrás? Nuestra atención centrada en lo que no veíamos.
Eso me recuerda, perdón por ponerme melancólico como siempre, una discusión que tuve una vez con una persona nada sospechosa en torno a un artículo que me había encargado -debo decir que nunca nadie me ha vuelto a encargar nada- sobre un edificio, que empezaba con la afirmación de que no iba decir nada sobre él. Seguramente no hay nada más honesto que decir que no tienes nada que decir acerca de algo -salvo, quizás, no decir nada, claro- pero como busco ser incómodo en las discusiones y en la vida en general -mi ansia de conocimiento...- al final le obligué a ser sincero y a expresar lo que pensaba: que no decía nada sobre el asunto del que me habían pedido que hablara -y a callar lo que también debía pensar, que no tenía nada que decir, no sólo sobre aquel tema sino sobre ningún otro-. Lo que, como el escrito era largo, me llevó a una conclusión razonable. La gente soporta que dediques unas pocas líneas a no decir nada pero no varias páginas. Supone un esfuerzo excesivo. Visto así parece comprensible.
Como decía al principio, no voy a decir nada sobre el monumento porque no tengo nada que decir sobre él. O porque no dispongo del tiempo necesario para decir algo de valor, lo mismo da. Eso no quita que cuando observo el muro y pienso, qué podría decir sobre él, intuya que no es seguramente al muro, a lo real, a lo que tendría que dirigir mi mirada sino a lo que hay detrás de él. Como ocurre con la puerta verde, ¿no es en el monumento sino en lo que oculta donde reside el sentido de lo que vemos, del monumento mismo?
Hace unos números Pedro Puertas encontraba en el paisaje que contempla diariamente ecos de diversas construcciones, entre ellas una de Juan Domingo Santos. O a la inversa, en las construcciones del paisaje. Cuando establecemos asociaciones -¿no es reflexionar crear asociaciones?- entre lo que vemos y lo que está en nuestra cabeza siempre intentamos que estas tengan sentido. Pero en ocasiones me pregunto si no sería hasta bonito que esas asociaciones no fueran ciertas. Levantarse y ya estar preguntándose qué hay detrás de lo que vemos. Intentando encontrar relaciones no aparentes, en las que los demás no han reparado y que sin embargo definen a los objetos, a cualquier objeto. Buscar siempre lo que hay detrás. No conformarse con lo visible, no importa que nos metamos en callejones sin salida. Buscar lo oculto. Lo que hay más allá. .
Quizás ahí esté la explicación de por qué no voy a decir nada sobre el monumento. ¿Deberíamos responder en francés cuando alguien se dirige a nosotros en alemán? ¿Deberíamos mirar para otro lado cada vez que alguien nos pide ayuda? Si bien sólo tendríamos que aspirar a hablar sobre lo desconocido -sólo aquello de lo que no sabemos nada nos obligará a hacernos preguntas, a investigar, a aprender en definitiva- no hacer caso a los encargos, responder no con lo que esperan sino sólo con lo que nos interesa, ¿no es un modo de dar profundidad a lo que nos rodea? Porque quizás de lo que nos ponen delante no tengamos nada que decir pero de lo que nos interesa sí, a eso, se supone, ya le hemos dado alguna vuelta, ya hemos extraído alguna conclusión. Porque quizás cuando te ponen algo delante debes saber lo que hay detrás, debes tener conocimientos previos suficientes para que al abrir la boca tengas algo que decir y si no seguramente es mejor callarse.
Sí, lo sé, no he dicho nada una vez más. Pero no se preocupen sólo se trata de una de mis habituales trampas para guardar silencio. Si han llegado hasta aquí consuélense al menos pensando que en esta ocasión he sido breve.
Sí, soy consciente, alguien puede rebatirme, si sabemos que no hay nada detrás por qué hacerse la pregunta pero en todo caso lo que nos asaltaba ante su contemplación era: ¿qué hay detrás? Nuestra atención centrada en lo que no veíamos.
Eso me recuerda, perdón por ponerme melancólico como siempre, una discusión que tuve una vez con una persona nada sospechosa en torno a un artículo que me había encargado -debo decir que nunca nadie me ha vuelto a encargar nada- sobre un edificio, que empezaba con la afirmación de que no iba decir nada sobre él. Seguramente no hay nada más honesto que decir que no tienes nada que decir acerca de algo -salvo, quizás, no decir nada, claro- pero como busco ser incómodo en las discusiones y en la vida en general -mi ansia de conocimiento...- al final le obligué a ser sincero y a expresar lo que pensaba: que no decía nada sobre el asunto del que me habían pedido que hablara -y a callar lo que también debía pensar, que no tenía nada que decir, no sólo sobre aquel tema sino sobre ningún otro-. Lo que, como el escrito era largo, me llevó a una conclusión razonable. La gente soporta que dediques unas pocas líneas a no decir nada pero no varias páginas. Supone un esfuerzo excesivo. Visto así parece comprensible.
Como decía al principio, no voy a decir nada sobre el monumento porque no tengo nada que decir sobre él. O porque no dispongo del tiempo necesario para decir algo de valor, lo mismo da. Eso no quita que cuando observo el muro y pienso, qué podría decir sobre él, intuya que no es seguramente al muro, a lo real, a lo que tendría que dirigir mi mirada sino a lo que hay detrás de él. Como ocurre con la puerta verde, ¿no es en el monumento sino en lo que oculta donde reside el sentido de lo que vemos, del monumento mismo?
Hace unos números Pedro Puertas encontraba en el paisaje que contempla diariamente ecos de diversas construcciones, entre ellas una de Juan Domingo Santos. O a la inversa, en las construcciones del paisaje. Cuando establecemos asociaciones -¿no es reflexionar crear asociaciones?- entre lo que vemos y lo que está en nuestra cabeza siempre intentamos que estas tengan sentido. Pero en ocasiones me pregunto si no sería hasta bonito que esas asociaciones no fueran ciertas. Levantarse y ya estar preguntándose qué hay detrás de lo que vemos. Intentando encontrar relaciones no aparentes, en las que los demás no han reparado y que sin embargo definen a los objetos, a cualquier objeto. Buscar siempre lo que hay detrás. No conformarse con lo visible, no importa que nos metamos en callejones sin salida. Buscar lo oculto. Lo que hay más allá. .
Quizás ahí esté la explicación de por qué no voy a decir nada sobre el monumento. ¿Deberíamos responder en francés cuando alguien se dirige a nosotros en alemán? ¿Deberíamos mirar para otro lado cada vez que alguien nos pide ayuda? Si bien sólo tendríamos que aspirar a hablar sobre lo desconocido -sólo aquello de lo que no sabemos nada nos obligará a hacernos preguntas, a investigar, a aprender en definitiva- no hacer caso a los encargos, responder no con lo que esperan sino sólo con lo que nos interesa, ¿no es un modo de dar profundidad a lo que nos rodea? Porque quizás de lo que nos ponen delante no tengamos nada que decir pero de lo que nos interesa sí, a eso, se supone, ya le hemos dado alguna vuelta, ya hemos extraído alguna conclusión. Porque quizás cuando te ponen algo delante debes saber lo que hay detrás, debes tener conocimientos previos suficientes para que al abrir la boca tengas algo que decir y si no seguramente es mejor callarse.
Sí, lo sé, no he dicho nada una vez más. Pero no se preocupen sólo se trata de una de mis habituales trampas para guardar silencio. Si han llegado hasta aquí consuélense al menos pensando que en esta ocasión he sido breve.